La empatía que sobrevive al miedo: presos políticos y derechos humanos en Cuba. En una cultura del miedo, sentir compasión por el disidente es, en sí mismo, una forma de resistencia, afirma un reciente estudio de CubaData.
La empatía que sobrevive al miedo: presos políticos y derechos humanos en Cuba
Por Diego Santana
Diario de Cuba
20 de noviembre de 2025
Por Diego Santana
Diario de Cuba
20 de noviembre de 2025

'En una cultura del miedo, sentir compasión por el disidente es, en sí mismo, una forma de resistencia', afirma un reciente estudio de CubaData.
En un país donde disentir sigue siendo un riesgo personal, la empatía hacia quienes pagan ese precio se ha convertido en una forma silenciosa de resistencia. El nuevo informe de CubaData, Más allá del miedo. ¿Qué está cambiando cuando nada parece cambiar?, revela que la causa de los presos políticos ha adquirido un peso moral inédito dentro de la sociedad cubana.
El estudio —basado en las opiniones de 1.658 ciudadanos encuestados entre septiembre de 2024 y enero de 2025— muestra una sociedad que, aunque aún marcada por el miedo, ya no es emocionalmente obediente. Según los datos, el 54% de los cubanos expresa empatía o apoyo hacia los presos políticos, incluso entre personas que no se consideran opositoras.
Este hallazgo confirma lo que el estudio denomina una "infraestructura afectiva de resistencia": un entramado emocional de compasión, indignación y cuidado mutuo que, lejos de desaparecer bajo la represión, crece en las grietas del silencio.
Así, el documento de CubaData identifica la empatía hacia los presos políticos como el principal eje moral de la disidencia cubana contemporánea. En una Isla donde la protesta pública es sinónimo de peligro —el 82% de los encuestados dice que "no se atrevería a manifestarse"—, el apoyo a los encarcelados se convierte en la manera más segura de expresar oposición ética.
Ese apoyo se manifiesta en gestos mínimos: acompañar a las familias, compartir información en redes privadas o simplemente negarse a aceptar el relato oficial que los tacha de delincuentes. Estas acciones, aunque pequeñas, tienen un importante peso político. En una cultura del miedo, sentir compasión por el disidente es, en sí mismo, una forma de resistencia.
El miedo como arquitectura del control
El estudio también muestra cómo el régimen sigue sosteniendo su poder a través del miedo. El 65% de los encuestados considera que el Gobierno utiliza la represión como principal instrumento de control, mientras que el 72% declara tener "poca o ninguna confianza" en las instituciones del Estado.
"El miedo en Cuba —explica el informe— no es solo un sentimiento individual, sino una infraestructura política que organiza la vida cotidiana". El sistema ha logrado que el miedo funcione como una forma de autocensura: la gente no necesita ser vigilada para callar.
Sin embargo, el mismo informe advierte que esa arquitectura emocional muestra signos de agotamiento: "En Cuba, la ciudadanía no calla por falta de conciencia, sino por cálculo emocional".
Derechos humanos: una legitimidad rota
La pérdida de legitimidad del régimen también se mide en el terreno de los derechos humanos. El 68% de los encuestados cree que el Gobierno "viola sistemáticamente los derechos fundamentales", y solo un 7% opina que los garantiza. A ello se suma un dato revelador: más del 80% considera que no existen mecanismos efectivos para denunciar abusos ni detenciones arbitrarias.
El informe interpreta estas cifras como evidencia de una crisis moral del Estado cubano: "La represión no solo castiga al disidente, sino que destruye la confianza básica entre el ciudadano y la ley".
La solidaridad como práctica política
Uno de los hallazgos más potentes del estudio es el papel que desempeñan las redes de apoyo a las familias de los presos políticos. CubaData las define como "nodos de resistencia moral": espacios donde se mezclan el afecto, la información y la organización cívica.
A diferencia de los movimientos tradicionales, estas redes no buscan necesariamente una confrontación directa con el poder, sino restituir el sentido de dignidad colectiva. "Las prácticas de cuidado y acompañamiento —afirma el informe— constituyen una forma de acción política que el régimen no puede prohibir sin revelar su crueldad".
Según los datos, el 45% de los cubanos dice que apoyaría a un familiar o amigo que participara en una protesta pacífica, incluso sin hacerlo personalmente. El estudio denomina a este fenómeno "resistencia performativa": la capacidad de expresar disidencia a través de gestos, afectos y cuidados, más que mediante declaraciones o marchas.
Presos políticos: síntoma y espejo del régimen
El informe sostiene que la existencia misma de presos políticos es el síntoma más evidente del agotamiento moral del sistema: "El encarcelamiento de quienes piensan distinto no fortalece al régimen; lo desnuda moralmente".
El 33% de los encuestados confiesa sentir "rabia o indignación" al conocer casos de represión política, y un 58% considera que esas detenciones son "injustas o inmorales". Estas emociones, según el modelo estadístico del estudio, "son predictores directos de la disposición futura a protestar".
La disidencia que no se ve
El estudio resume este fenómeno con el concepto de "disidencia latente": una forma de crítica contenida, emocionalmente intensa pero prudente. El 12% de los encuestados dice estar dispuesto a manifestarse públicamente, pero casi la mitad apoyaría a otros que lo hicieran.
"La protesta en Cuba —advierte el informe— no siempre se mide por la visibilidad, sino por la intensidad emocional que la sostiene". Así, el régimen puede controlar las calles, pero no los afectos. Y, según CubaData, en esa infraestructura emocional de resistencia reside la posibilidad de un cambio social a largo plazo.
El poder de lo humano
El informe de CubaData termina con un diagnóstico esperanzador: "Las pequeñas acciones de cuidado y solidaridad hacia los presos políticos son semillas de una cultura de derechos que crece incluso bajo la represión".
En la Cuba de hoy, donde la protesta sigue castigada, la empatía es el nuevo lenguaje de la resistencia. No tiene consignas ni líderes visibles, pero contiene un poder silencioso: el de reconocer en el otro encarcelado la propia libertad negada.
Esa conciencia, nacida del dolor y sostenida por el afecto, podría ser —como sugiere el estudio— el punto de partida de un cambio más profundo que cualquier consigna política: la recuperación del sentido moral de la sociedad cubana.





















