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EL MONÓTONO SONIDO DEL LÁTIGO. Por la socióloga Helen Ochoa Calvo- Articulo enviado a CDV-org Por el Dr. Alberto Roteta Dorado.


Cienfuegos. Cuba. La conciencia del horror del comunismo me entró de golpe un día apacible, de esos que el sol se empeña en que todo el paisaje parezca luminoso. Ni especialmente escandaloso, ni sofocante, sino en un equilibrado contraste de colores tropicales.

Estaba en un carretón de caballo, que comúnmente le decimos coche, y que hace más de 30 años es el medio más cotidiano de transportación urbana en cualquier ciudad del interior de Cuba. Compartía mi viaje con varios pasajeros encimados uno sobre otros en dos tablas horizontales que llamamos asientos. De pronto sentí esa punzada que se revela de lo infinito donde el inconsciente toma forma de imágenes vívidas y me vi ahí, atrapada en medio de hierros oxidados, tapados por lonas ajadas de un color indefinido que pudo ser rojo, caballos exhaustos y flacuchos y gente apilonadas en la mezcla de olores, bultos y comentarios tan intrascendentes como el destino final del recorrido que compartíamos.

Entonces, muchos en Cuba todavía pensaban que todo estaba bien o que había posibilidades de mejorar, pues habíamos rebasado el período especial y hasta se había anunciado públicamente que habría leche para todo el mundo y se podrían vender las casas y los autos particulares.

Mi abuelo, mucho antes, cuando no existían aún esos carretones símbolos de nuestra "resistencia creativa" para sobrevivir a la crisis de los 90, me había dicho que la escoria no era lo que se iba sino lo que iba a quedar de país poco a poco. Yo siempre supe que el comunismo no era de fiar y también por eso quise huir. Pero nunca como ese día se me mostró tan claramente el símbolo de lo que ha sido Cuba en verdad, una nación descolorida, amordazada en una ideología que no soporta los embates del tiempo sin que se destiñan y ajen sus cubiertas y muestre al desnudo el óxido de sus hierros impunemente y se normalice el monótono sonido del látigo a las bestias para que caminen.

Nunca antes sentí ese sentimiento profundo de soledad, dolor, abandono e incomprensión ante una realidad cruda que se pavoneaba indecentemente ante mí, sometiendo todo mi ser a formar parte de ella. Después de ese día no confíe nunca más en la calidez del día, en la belleza de los contrastes de colores tropicales, ni siquiera en el mar y las palmas para describir a Cuba, aunque a veces eso es lo único de Cuba donde mi alma encuentra lo divino de la existencia en medio de la oscuridad literal que nos rodea.

Puede resultar curioso en medio de tanta hosquedad, putrefacción y vulgaridad que yo me resista a ser cómplice de esa narrativa, pero es precisamente que mi resentimiento profundo al comunismo es el golpe demoledor que provoca al alma humana esa blasfemia de ideología que atenta, no ya contra la libertad cívica, sino contra la belleza sublime del espíritu divino.

                                          albertorot65@gmail.com

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